Montañas

Circular de Peñalara: consejos para principiantes

El pasado domingo tuvo lugar uno de los hitos de mi vida de montañera, la subida a Peñalara. Vale, sí, ya sé que subir a Peñalara es una excursión para abuelitas domingueras. El camino de subida es prácticamente una pista forestal con las famosas «zetas» que ayudan a soportar el esfuerzo progresivo de una subida larga. Pero el domingo pasado la excursión abuelil se convirtió en algo más cuando desde la cumbre divisamos el risco de los Claveles...

Consejos para subir Peñalara

El domingo a las 8 de la mañana ya estábamos en Cotos empezando a andar. Subimos a machete por la pradera, después de unas semanas sin excursiones montañeras queríamos guerra. Buen calentamiento hasta el cobertizo del parque, donde nos deshicimos de los polares: a partir de ahí tocaba subida y mejor más frescos que sudando demasiado.

Las zetas, en completa soledad. Acompañados únicamente por toros, vacas y caballos en pleno desayuno. Un lujo. El sol iba levantándose pero la temperatura era muy fresca todavía. Antes de la hermana pequeña ya se divisa el Zabala, la cumbre… ¡hay algún nevero aún resistiendo la temporada de calor! Increíble.

La hermana pequeña, vemos uno de los vivac de la zona, ya le hemos echado el ojo para estrenar nuestros nuevos sacos un día de estos. Aquí empieza a aparecer gente de todas partes, desde la vertiente segoviana, bajando de vivaquear en la cumbre…

La hermana mayor ya deja divisar perfectamente la subida, gran subida, a la cumbre. Subida pesada, empedrada. Nuestros pies no pueden dejar de imaginar el gusto que debe de dar subirla con nieve.

LLegamos a Peñalara, hay otros dos buenos vivac ahí arriba, qué lujo. Hay que subir a dormir ahí bajo las estrellas, en el techo de Madrid, un día de estos. LLegamos a Peñalara y estamos solos. De nuevo un lujo que en esta popular y asequible cumbre. Aparece un corredor, los tres miramos alrededor sin habla, él, casi sin resuello nos dice: «merece la pena subir, ¿verdad?«. Pues sí, la merece.

Nos tomamos el tentempié. Hoy toca un pan casero que no me salió muy allá y jamoncito. Y lo vemos. Vemos el risco de los Claveles. Es impresionante. Una mole amenazadora de piedra negra, gris, verde, multicolor. Puntas hacia el cielo, caída a los lados. Atrae la mirada y también los pasos. La excursión del domingo era subir y bajar Peñalara en tres horas, pero no podemos escapar a su magnetismo, a su llamada.

Vamos hacia el risco: pedreras, nuestro peor enemigo como montañeros torrijas. Pero sirven todas para seguir practicando, mejorando, soltando las piernas, perdiendo el miedo y ganando confianza en una misma. La rodilla me duele, pero eh, qué importa eso ahora, hay que hacer este risco. Un corredor baja saltarín por la zona del comiendo en nuestro sentido. Qué loco. Qué envidia.

¿Es difícil el risco? No, de verdad que no. Pero pone a prueba tus nervios, especialmente en los principiantes o en los que pasamos por allí por primera vez. Como somos tan lentitos, tan torrijillas y echamos la mano donde se puede, incluso el culete si nos vemos muy mal, se disfruta mucho cada paso, cada momento, cada movimiento se piensa y es un momento de auto-descubrimiento que os recomiendo.

Se pasa pronto el risco, se pasa al de los Pájaros, desde donde asomarse a las canales y caídas es un espectáculo, porque la laguna está llena de agua, incluso rebosa por un riachuelo que cae por la montaña. Una visión poco común, que descubriremos compartida en el resto de laguas del macizo, todas con agua y llenas de vida. De nuevo: un lujo.

Mientras bajamos desde los Pájaros (equivocación incluída, seguimos unos metros los hitos para La Granja, cosa de no haber estado nunca por estos lares), aumenta el flujo de caminantes que suben a la laguna, ya son las doce y el domingueo está en pleno apogeo, pronto la laguna dejará de ser ese enclave solitario que véis en las fotos.

Pronto se acaba Peñalara, bajamos, bajamos, el camino del agua, repleto de gente que sube a comer a las lagunas. Espero que no dejen basuras, que respeten este paraíso que es el Parque Natural.

Cuando llegamos a casa recuerdo las palabras de Kurt Diemberger en «K2. El Nudo Infinito» (Ed. Desnivel, más info, aquí) sobre la importancia de tu compañero en la montaña, sobre cómo cambian nuestras vivencias en función de la cordada con la que atacamos cada cumbre, sobre la relación con esa persona que pone en tus manos su vida y en cuyas  manos pones la tuya. Y es que el pasado domingo no habría podido hacer nada sin mi «compañero de cordada», que me siguió, me animó y me tranquilizó

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