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Hans Haacke: Castillos en el Aire

Imprescindible.

Abrumadora.

Brutalmente explícita. 

Clara como una lámpara y simple como un anillo, tomando los versos del gran Neruda.

Casi por casualidad, como suele pasar con las exposiciones que alberga el Reina Sofía que me remueven las entrañas, caí la semana pasada en la exposición de Hans Haacke, Castillos en el Aire. De vez en cuando, una vez cada tres o cuatro años, el museo y yo renovamos nuestra íntima relación personal con una de estas bofetadas que cambian mi forma de mirar mi realidad.

Esta vez fue Haacke, con una bellísima y cruda poesía visual, el que vapuleó mi conciencia que venía de soñar oportunidades y admirar gurús de la innovación y la tecnológica nube que nos oculta el sol, aunque ni nos demos cuenta.

Y es que no hay escapatoria. Una vez que entras en Castillos en el Aire, y ves los desolados paisajes urbanos, ausentes, vacíos, sin vida ni expresión, no puedes salir de ellos. Puedes salir de la exposición, puedes huir a una cafetería cercana. Puedes hacer el guiri y bajar a ver el Guernika, pero no sales de esos paisajes. Porque esos lugares los tenemos ahora grabados a fuego en nuestras médulas. En nuestro ADN como país, como sociedad, como seres humanos.

Toda una generación de nosotros no escapará jamás de esos paisajes. Como toda una generación nunca escapó del fascismo y otras no dejaron nunca atrás la Guerra Fría o Vietnam. Serán también nuestra condena y nuestro orgullo, fascinándonos y avergonzándonos casi por igual.

La muestra de Haacke, especialmente pensada para el Reina Sofía y para nosotros, es ese tipo de arte que intenta cambiar la realidad, golpearla, despertarla, a través de cada uno de los individuos irreales que nos movemos en ella. Porque te hace sentirte parte de lo que estalló, de lo que cambió, de lo que nos destrozó, aunque no lo entiendas, no lo compartieras ni lo respetaras.

La invisible mano que mueve los hilos está ahí. Seguirá ahí. Y aunque apaguen el motor que la balancea, yo seguiré siempre sintiendo su implacable saludo, nunca olvidaré su simpático gesto, impasible, cruelmente indiferente ante la que está cayendo.